APROFINCA GALAROZA
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  IDEAS QUE PODEMOS RECOGER

 
Pablo Campos, Dr. en Ciencias Económicas Ambientales, del CSIC
 

La cita es en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, sitio más propicio para encontrarte a un físico, un matemático o un biólogo. Sin embargo quien nos recibe es un doctor en Economía: Pablo Campos.

El Dr. Campos es uno de los pioneros españoles en la investigación de la economía ambiental, coautor, bajo la dirección del profesor Martínez Pisón, del estudio económico de los recursos naturales del PORN del futuro Parque Nacional de Guadarrama, en su vertiente madrileña, y autor de múltiples artículos científicos en los cuales nos encontramos siempre con una constante: la naturaleza se conserva mejor si el hombre interviene de una manera ordenada en la misma...
Los parques nacionales, excepto algunos enclaves donde la geología es un aspecto determinante, no conservan la naturaleza
—¿Qué tienen que ver los discípulos de Samuelson en la conservación del medio?
—Samuelson era un prestigioso economista que se ocupó de los bienes públicos. Una parte importante del medio natural es un bien público, que, además, cada vez se percibe más escaso. Y de eso se ocupan los economistas: de ver cómo es posible organizar la producción de los bienes y servicios que son escasos; por lo tanto, es perfectamente lógico que los economistas se ocupen de la conservación de los recursos naturales y ambientales.
—La naturaleza, ¿es un bien público y de disfrute gratuito para todos?
—Una parte de la naturaleza, sí. Si vamos por una carretera pública tenemos derecho a mirar el paisaje sin que nadie nos cobre por ello. Ahora bien, si queremos entrar en un bosque privado, tendremos que llegar a un acuerdo con el propietario para que nos permita el acceso a su propiedad, ya que la sociedad le ha dado a dicho propietario el derecho exclusivo de entrada en su bosque. Por esto, que la naturaleza sea un bien público o privado va a depender de cómo se regulan los derechos de propiedad de una sociedad concreta.
 
—Y, en España, ¿cómo se regula la conservación y el derecho de propiedad?
—En España la regulación pública más apreciada de conservación de la naturaleza está basada en el principio de la virginidad. El hombre mancha la naturaleza; por lo tanto, hay que expulsarle de los espacios naturales mejor conservados para que la vida salvaje pueda desarrollarse sin interferencia humana. El gran error es que esa vida salvaje traiciona a sus defensores, puesto que si ha llegado hasta aquí en esas condiciones es porque los humanos han intervenido en ese territorio y han creado un hábitat concreto que se ha demostrado compatible con el uso humano.
—Entonces, los parques nacionales y la nueva Ley que ahora los ordena...
—Los parques nacionales son pequeñas porciones de terreno que, en el fondo, son indiferentes para la conservación del medio, y la nueva Ley que los regula es una opción política de más de lo mismo que ya teníamos, aunque aún acentúa más la deriva que había tomado el gobierno del Partido Popular en el año 1999 con la ministra Tocino, al promulgar el aún vigente Plan Director de Parques Nacionales, incrementada con una porción más alta de desconfianza en la actividad privada y el mantenimiento de los sistemas agrarios en los Parques Nacionales. La filosofía de la que está impregnada es que en la conservación de la naturaleza lo público es bueno y lo privado, no. Y, científicamente, eso no es así. La conservación de la naturaleza depende de los sistemas agrarios y de las intervenciones adecuadas en el uso de recursos naturales. Algunos ya lo están admitiendo.
Cuando se dice que la caza es incompatible con la conservación no es una razón científica, sino ideológica
—Lo que usted comenta es duro... ¿Quiere decir que la naturaleza en un espacio público protegido no se conserva y en los de titularidad privada, sí?
—Será duro, pero es la realidad. La conservación sólo es posible con acciones concertadas con los propietarios privados. Ésta es la política que va a impulsar ahora la Unión Europea: los Contratos; un nombre nuevo para algo viejo.
—¿Qué son los Contratos?
—Pues lo mismo que las llamadas Acciones Concertadas de los años setenta. Se trata de que los propietarios, cuando incurren en un lucro cesante para favorecer la producción de un bien público, reciben una compensación del Estado por la producción de dicho bien público.
—Decía antes que la Administración piensa que para la conservación es mejor lo público que lo privado. Así, trata de socializar las encinas. En la dicotomía de economía de mercado –economía planificada–, ¿no es una cobardía ideológica socializar solamente a las encinas?
—No emplearía para este caso el término socialización, porque le da un tinte de nobleza que no tiene. Cuando se hace esto, en realidad se está claudicando hacia un grupo de presión que percibe la virginidad de la naturaleza como algo positivo, y al hombre interviniendo en la naturaleza como algo malo, intrínsecamente malo. Así, yo que soy funcionario, si me adscribieran el mando sobre la propiedad pública de un territorio, manejaría un presupuesto público, y cuantas más hectáreas y dinero público tuviera, más poder tendría; luego, mi interés puede no coincidir con el de otros grupos de la sociedad, y lo que es peor, puede que hasta mi interés sea el contrario al que favoreciera la conservación.
 
—Eso significa que los parques nacionales no responden a una necesidad de conservación...
—En los hechos, en absoluto. Responden a lo anteriormente comentado. Los parques nacionales, desde su creación, no responden a una necesidad de conservación de la flora y la fauna salvaje española y, de hecho, su estrategia de gestión le da poca importancia a la conservación fuera de los modestos territorios protegidos. Son espacios pequeños que huyen de lo que más conservaría la naturaleza, que es impedir el cambio de uso del suelo en amplios territorios de la geografía española.
—El brutal desarrollo urbanístico...
—Ésa es la clave. Mi planteamiento supone grandes espacios con la calificación de parque nacional, con pueblos dentro, al estilo del modelo francés o inglés, y con una actividad extractiva (agricultura, ganadería, caza, pesca, madera...) regulada. Esto significaría, no la prohibición total del desarrollo urbanístico, pero sí restricciones claras y estables en el tiempo. Como tenemos mucho terreno podríamos tener todavía suelo susceptible de urbanizar, pero habría que suscribir un acuerdo político a largo plazo, al margen de la lucha por el voto, con todos los parámetros urbanísticos pactados. Esto eliminaría la posibilidad de negocio de los ayuntamientos con los cambios del uso del suelo. Por no hablar de la corrupción...
La conservación de la naturaleza depende de los sistemas agrarios y de las intervenciones en el uso de los recursos naturales
—Entonces, tal como están concebidos, los parques nacionales ¿para qué sirven?
—No es fácil contestar. Desde luego no valen para la conservación de la naturaleza, excepto en algunos enclaves singulares donde la geología es un aspecto determinante.
—Así pues...
—Lo que yo discuto, lo que yo critico, es la inconveniencia de que unas emociones y unos principios ideológicos no sean sometidos a la prueba de los hechos; y la prueba de los hechos es que conservación, en España, significa gestiones agrícolas, ganaderas, cinegéticas, forestales y de bienes públicos de nuestro territorio agrario. Porque este asunto de crear santuarios sin intervención humana es ajeno a nuestra cultura y a nuestra historia: procede de Estados Unidos, de la gente elitista de allí, a los que se unieron en el siglo pasado otra gente elitista de aquí. Estos postulados pudieron haber cambiado durante la República, pero en el debate que hubo en la administración forestal, Hernández Pacheco, que defendía los postulados de la conservación con uso, fue derrotado. La Guerra Civil truncó este debate y lo que tenemos ahora es un reforzamiento de esos postulados elitistas.
 
—¿Cree que se puede volver a introducir el debate científico dentro de la conservación o es una batalla perdida?
—Yo creo que ya está introducido, pero muy poco. Lo que pasa es que como los parques nacionales pertencen al ámbito de las opciones políticas y, como tanto el Partido Popular como el Socialista, abrazan esta filosofía virginista, la información contraria a sus planteamientos previos no es tenida en cuenta. Imagino que esta sociedad irá madurando hacia posiciones más racionalistas y, entonces, espero que reconozcamos nuestros errores y vayamos a una conservación más al estilo francés o inglés.
—Y la caza, ¿es compatible con la conservación?
—Perfectamente. Cuando se dice lo contrario no es una razón científica, no son hechos. Son principios ideológicos. Un grupo de personas se arroga la representatividad de toda una sociedad y hace esos postulados, que están fuera de toda razón que tenga en cuenta las preferencias de otros ciudadanos. La sociedad está muy fragmentada en cuanto a sus preferencias, y es cierto que hay personas a quienes no les gusta que se cacen los ciervos, por ejemplo. ¿Tienen derecho a imponerle esto a otras personas a quienes sí les gusta que se cacen los ciervos? Realmente, ¿esto afecta a algo que es esencial para la vida? No. Por esto yo entiendo que cuando estas personas hacen esta defensa de no cazar en un parque nacional, lo que están diciendo es que son partidarios de acotar unos espacios, de modo que allí las cosas se desarrollen por sí mismas, es decir, sin ninguna ayuda y que yo pueda contemplarlas. Pero es un planteamiento hipócrita. Cuando los espacios eran vírgenes y no había presencia humana, había perturbación natural. Por ejemplo, había fuegos naturales catastróficos; luego, esas personas, si fueran coherentes, deberían decir: «En este corralito que hemos hecho parque nacional no va a haber uso extractivo ni actividad económica, pero cuando se declare un incendio natural no vamos a intervenir; vamos a dejar que se apague solo, porque así ocurría antes, cuando no estaba el hombre». Pero no. Impiden la perturbación natural, impiden la intervención humana y crean algo construido por ellos. Ésos son los defensores de la virginidad de la naturaleza.
La conservación solamente es posible con acciones concertadas con los propietarios privados
—Y dan de comer a los linces de manera artificial en Doñana y cazan en los parques nacionales.
—Claro que se caza. Lo que pasa es que, en vez de cazar de una manera regulada y como negocio, se caza de forma furtiva o caza el guarda o el funcionario o el amigo de turno, y dicen que es una medida de control poblacional, porque no cazar es imposible, ya que la población animal crece, son recursos naturales que se reproducen continuamente, y cuando la densidad es excesiva se van a las fincas de fuera, y, entonces, se cazan. Y así nos encontramos ante dos casos: privilegios para los que están en el asunto y transferencia de riqueza pública al ámbito privado; esto es, yo produzco ciervos para que los mate el de al lado. Y es que la ideología no se puede imponer por la fuerza a la fuerza de los hechos.
—O se hacen controles poblacionales como en Sierra Nevada y se matan de golpe cientos y cientos de monteses.
—Porque lo lógico sería que las leyes de caza y los planes de ordenación de los parques tuvieran regulada la actividad cinegética en estos espacios. Pero, como he dicho antes, las leyes se hacen con criterios emocionales y nos encontramos con aberraciones de ese tipo.
—Y, según parece, en España podría haber otros cuarenta o cincuenta espacios más susceptibles de ser declarados parque nacional. Si esto ocurriera, y con las actuales leyes, ¿sería un desastre para la conservación?
—Pues yo diría que no. Porque como lo que menos les interesa es la conservación, los harán muy pequeños, como corralitos, con lo cual a nivel de conservación será irrelevante. Lo que sí que pasará será que si se hacen con la política actual de terrenos públicos, habrá que indemnizar a los propietarios por sus fincas y, así, se volverá a amortizar lo que se desamortizó en el pasado siglo XIX, y todas estas indemnizaciones valdrán millones y millones de euros. Lo que deberíamos hacer, entonces, es pedir que se justifiquen qué beneficios sociales o económicos va a tener el cambio de propiedad. Como yo estimo que en las actuales circunstancias no tendrá ninguno, lo que se habrá hecho es despilfarrar el dinero público.
 
—¿Y qué va a pasar con Guadarrama?
—Guadarrama es una oportunidad perdida. Cuando hicimos la parte económica de los recursos naturales del PORN de este futuro parque nacional, bajo la dirección de Martínez Pisón, mantuvimos la idea de crear un gran parque de más de 140.000 hectáreas, con los pueblos dentro, donde planteábamos que deberían conservarse racionalmente la actividades tradicionales, desde la caza a la ganadería, desde la pesca a la extracción de madera... Pero también proponíamos el establecimiento de algunos núcleos donde no hubiera actividad humana, para dar satisfacción a los virginistas ambientales, en el sentido de que ellos conservaran unas cuantas hectáreas para que así cubrieran sus necesidades. Y si eso se hubiera aprobado hubiese supuesto admitir la filosofía de que el hombre no es malo para la naturaleza. También hubiera significado un control de la expansión urbanística, y eso no le interesaba a nadie, por lo que se hará, si se hace, un corralito en Madrid y un minicorralito en Castilla y León. Y si eso lo llevamos a la conservación es una solemne tontería: lo que quieren conservar ya está conservado.
—¿Y quién es el responsable de que no se lleve a efecto?
—Fundamentalmente, hay dos responsables: el Organismo Autónomo de Parques Nacionales, que prefiere pequeños espacios públicos y sin poblaciones, y una parte muy notable de la sociedad, los pueblos de la Comunidad de Madrid cuyo interés urbanístico se vería perjudicado, porque un gran parque nacional supondría notables limitaciones al crecimiento urbanístico incontrolado. Y es que, en las luchas internas del poder, la conservación no está en debate.
—Y, entonces, el futuro, si de conservación hablamos...
—Pues les podría contestar sobre la base de una bola de cristal. Y si acudo a ella, no veo el futuro muy halagüeño.

 

 
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